
Es importante encontrar una explicación a esta aparente contradicción. El tema de fondo está en los estándares para la medición de la pobreza, pues los avances tecnológicos van subiendo la valla de lo mínimo indispensable con lo que debe contar una persona para vivir como ser humano. Ya no es suficiente disponer de: agua potable, red de desagüe, electricidad, posta médica y acceso pavimentado, el mundo de hoy exige: telefonía, computadora, internet y por supuesto un ingreso mayor que el llamado mínimo vital actual, pues integrarse a lo que la tecnología brinda, requiere pagos no considerados anteriormente.
La brecha entre el pobre y el acomodado, ni siquiera el rico, se ha incrementado. El disponer de conexión a la red de gas natural, calefacción, aire acondicionado, auto propio, blackberry, laptop o ipad, educación de calidad, servicios de salud altamente especializados y de atención inmediata así como tener la oportunidad de viajar fuera del país por lo menos una vez al año; no son señales de suntuosidad, sino de inclusión en un entorno de competencia, que permitirá mejorar el estatus de vida. El que no cuenta con lo descrito, se puede considerar un excluido, integrante del contingente del “baile de los que sobran”, frase muy descriptiva de la canción del notable grupo rockero chileno “Los Prisioneros”.
Esta es la razón del descontento creciente, que los políticos tienen la responsabilidad de mitigar con sus decisiones, para tener una sociedad más equitativa y que no sea fuente de sobresaltos en el futuro. No es suficiente hablar de empleo pleno, sino de salario de inclusión. La tarea es complicadísima porque los sectores productivos viven inmersos en un mercado de competencia donde el control de costos es vital, la imaginación para innovar es la salida.
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