(Lima, 13 Abr. 2011).- Llama poderosamente la atención a los analistas internacionales de: Manhattan, París, Madrid y Londres, principalmente; el resurgimiento de Ollanta Humala, a un lugar expectante en la política peruana y plantean tres temas en la mesa de trabajo: el Perú aún no tiene la estabilidad política suficiente para mantener el modelo sin variaciones de rumbo; la necesidad de mejorar la distribución del ingreso para evitar cambios abruptos y la orfandad de los partidos políticos con su consiguiente ruptura de intermediación con la ciudadanía.
No es que nos vean como unos bárbaros que no sepamos apreciar el crecimiento, sino que son plenamente conscientes que algo no camina y que es necesario hacer un esfuerzo para mantener una economía atractiva, como destino de capitales, luego que se han hecho importantes inversiones en las dos últimas décadas.
De los tres elementos, solo uno puede ser materia de intervención de los agentes económicos; el análisis y propuesta para disminuir la brecha económica entre ricos y pobres y en ello ven la necesidad de implementar programas de uso intensivo de mano de obra, que es el medio de inclusión y la mejora de la educación que es la herramienta por la que los excluidos pasan a mejores posiciones. Si esto se logra con la interacción estado-privados, para lo que dentro de éstos últimos, debe haber gente suficientemente permeable al cambio, no el tradicional inversor impositivo que espera la subordinación a sus pareceres, la precariedad que vive el “status quo”, habrá llegado a su fin.
Lo más difícil está en el plano político, donde hoy no existe nada, ni los nombres originales de los movimientos se mantienen y el partido más importante, que está culminando una gestión gubernamental con significativos logros; por disputas, celos y estratagemas personales, ha sido diezmado en grado tal, que ni sus más cerriles perseguidores habían podido lograr en ochenta años. Lo que queda es hacer política con arraigo en las bases, esto es más complejo que la simple relación beneficio-costo, económico y financiero.
Hay que generar vocación por la política, eso empieza por las aulas universitarias, tarea inversa a lo que se predicó en la década de los noventa, donde el político tradicional era estigmatizado.
No es que nos vean como unos bárbaros que no sepamos apreciar el crecimiento, sino que son plenamente conscientes que algo no camina y que es necesario hacer un esfuerzo para mantener una economía atractiva, como destino de capitales, luego que se han hecho importantes inversiones en las dos últimas décadas.
De los tres elementos, solo uno puede ser materia de intervención de los agentes económicos; el análisis y propuesta para disminuir la brecha económica entre ricos y pobres y en ello ven la necesidad de implementar programas de uso intensivo de mano de obra, que es el medio de inclusión y la mejora de la educación que es la herramienta por la que los excluidos pasan a mejores posiciones. Si esto se logra con la interacción estado-privados, para lo que dentro de éstos últimos, debe haber gente suficientemente permeable al cambio, no el tradicional inversor impositivo que espera la subordinación a sus pareceres, la precariedad que vive el “status quo”, habrá llegado a su fin.
Lo más difícil está en el plano político, donde hoy no existe nada, ni los nombres originales de los movimientos se mantienen y el partido más importante, que está culminando una gestión gubernamental con significativos logros; por disputas, celos y estratagemas personales, ha sido diezmado en grado tal, que ni sus más cerriles perseguidores habían podido lograr en ochenta años. Lo que queda es hacer política con arraigo en las bases, esto es más complejo que la simple relación beneficio-costo, económico y financiero.
Hay que generar vocación por la política, eso empieza por las aulas universitarias, tarea inversa a lo que se predicó en la década de los noventa, donde el político tradicional era estigmatizado.
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