(Lima, 27 Oct. 2011).- El éxito electoral abrumado, con aceptación de su legitimidad por parte de los contendores, es el sueño de cualquier político de la aldea global; más aún cuando los guarismos superan el 50% en primera vuelta y que adicionalmente se produce luego de 8 años de ejercicio gubernamental familiar. Es lo que experimenta la República Argentina, con la continuación por cuatro años adicionales, de lo que se llamó la era K, iniciada por Néstor Kirchner en el 2003, seguida en el 2007 por su esposa, Cristina Fernández, quien acaba de ser reelecta rebautizando esta nueva etapa, como el “Cristinismo”.
Para los fanáticos del credo neoliberal, el resultado les debe parecer un thriller truculento, pues en los últimos ocho años el manejo económico gaucho ha sido heterodoxo al máximo: incumplimiento inicial de las obligaciones con el sistema financiero internacional, inflación alta, sobrerregulación de precios en los servicios públicos y controlismo. Mientras que en el plano político, la gestión ha sido la antítesis de los cánones tradicionales del “establishment”: confrontación con los poderosos empresarios del sector agrario y el gigante mediático “El Clarín”.
El resultado del escrutinio, va más allá de haber competido con una oposición mediocre, porque innegablemente la administración K ha generado arraigo ciudadano, no solo por el carisma, de su fallecido esposo y de ella, sino porque ha creado crecimiento económico y desarrollo. La ciudadanía ha experimentado una sensación de bienestar y sectores amplios de la sociedad, han accedido a beneficios que anteriormente les eran esquivos.
Pero la adhesión mayoritaria de los electores, también tiene que ver con la consecuencia de su prédica de confrontación, el estilo que ha practicado la pareja Kirchner desde sus inicios políticos en la provincia sureña de Santa Cruz, dicen los entendidos que no han conocido una manera diferente de hacerlo. Por todas estas razones, hoy Cristina, es elevada casi al nivel de la popularidad y querencia que tuvo Evita Perón.
Si algo tenemos que aprender del ochenio argentino, son dos cosas: el abordar los retos con pragmatismo, dejando de lado las recetas y la firmeza para enfrentar a los poderes fácticos, deponiendo los temores, valores que tenemos que asimilar.
Para los fanáticos del credo neoliberal, el resultado les debe parecer un thriller truculento, pues en los últimos ocho años el manejo económico gaucho ha sido heterodoxo al máximo: incumplimiento inicial de las obligaciones con el sistema financiero internacional, inflación alta, sobrerregulación de precios en los servicios públicos y controlismo. Mientras que en el plano político, la gestión ha sido la antítesis de los cánones tradicionales del “establishment”: confrontación con los poderosos empresarios del sector agrario y el gigante mediático “El Clarín”.
El resultado del escrutinio, va más allá de haber competido con una oposición mediocre, porque innegablemente la administración K ha generado arraigo ciudadano, no solo por el carisma, de su fallecido esposo y de ella, sino porque ha creado crecimiento económico y desarrollo. La ciudadanía ha experimentado una sensación de bienestar y sectores amplios de la sociedad, han accedido a beneficios que anteriormente les eran esquivos.
Pero la adhesión mayoritaria de los electores, también tiene que ver con la consecuencia de su prédica de confrontación, el estilo que ha practicado la pareja Kirchner desde sus inicios políticos en la provincia sureña de Santa Cruz, dicen los entendidos que no han conocido una manera diferente de hacerlo. Por todas estas razones, hoy Cristina, es elevada casi al nivel de la popularidad y querencia que tuvo Evita Perón.
Si algo tenemos que aprender del ochenio argentino, son dos cosas: el abordar los retos con pragmatismo, dejando de lado las recetas y la firmeza para enfrentar a los poderes fácticos, deponiendo los temores, valores que tenemos que asimilar.
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